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miércoles, 1 de junio de 2016

Mi mejor regalo

De pequeñita, anhelaba la compañía de un compañero de juegos, por lo que un día le pedí a Mamá tener un hermanito. Tuve tanta suerte, que justo al pedirlo, ¡ya estaba en el horno!

Cuando llegó, fue un gran regalo. Me encantaba cuidarlo, tenerlo entre mis brazos, aún siendo yo también una pitufita. No me cansaba de mirarlo... era tan guapo, pequeñito, tierno; Era mi tesoro, sentía que debía protegerlo del mundo. Era, en cierta forma, mi muñequito. Ése que paseas en el carrito, le das biberones, cambias los pañales y estrechas fuerte entre tus brazos. 

Su llegada también implicó aprender a compartir... Compartir el espacio, la atención y los mimos. Ya no todos los regalos eran para mi, ni miradas enternecidas de todos los que venían a casa o los amigos de la familia. Tampoco los halagos... Y supongo que, aunque probablemente me haya sido difícil, no lo recuerdo. Sólo recuerdo esa emoción tan grande que ha invadido mi ser desde que él llegó: amor

Conforme fue creciendo, dejó de ser mi muñequito para ser mi compañero de juegos y travesuras. Cuantas tardes jugando a las muñecas y los carritos, haciendo desastres en la cocina, inventando capas para que los muñecos volaran, comiéndonos latas de leche condensada a escondidas (no entiendo cómo no acabado alguna vez en coma glucémico...).

Con los años, además de compañeros de juegos, travesuras, risas y desastres, nos habíamos convertido en los más íntimos e inseparables amigos. No había secretos y sólo una mirada lo decía todo.  Era su confidente, su apoyo, su consejera, maestra, cuidadora, su alcahueta pero también a veces su delatora, su guardaespaldas... Como a alguien se le ocurriese hacerle algo, la pagaba caro.

Un día cualquiera volvía a casa, y al llegar encontré un chico alto y musculoso. En un abrir y cerrar de ojos, mi tesoro, mi pequeñín, era un hombre mucho más grande y fuerte que yo. Ese muñequito al que había estado cuidando con tanto mimo, ahora me estrechaba entre sus brazos para protegerme de la crueldad del mundo... Y me sentía tan segura...

El tiempo no pasa en balde para nadie, y con él cada uno de nosotros va tomando su rumbo. Pero hay lazos que no se rompen nunca, ni con el más feroz de los tornados. Decir que no hubo sus más y sus menos, sería mentir. La fuerza del amor verdadero radica en la fortificación de los lazos en los momentos difíciles.

Aún recuerdo cómo se enfadaba cuando discutíamos de pequeños, y cuánto me reía cada vez que me decía "¡Ya verás cuando sea mayor que tú!" Toda la infancia y adolescencia sentí tener que ser su ejemplo a seguir, cometer el mínimo de errores posible, ser la grande, la fuerte, la protectora... 

¿Cómo expresar lo que sentía cada vez que lo miraba, recordando todo aquello, y él entonces se había convertido en mi grandullón? Cuantos sentimientos encontrados. Debía seguir siendo la grande y fuerte, pero ahora era él quien salía en mi defensa como todo un verdadero guardaespaldas cada vez que alguien pretendía hacerme daño. 

Ha pasado el tiempo y mi pequeño grandullón es todo un hombre hecho y derecho. Ahora somos dos adultos que comparten y divergen en opiniones, ideologías, y pensamientos; que han pasado mil y un batallas, han sido compañeros de juegos y juergas, de amargos llantos y estruendosas risas.

Aprendemos uno del otro, nos apoyamos, nos protegemos, nos cuidamos, nos escuchamos; Nos acompañamos en este maravilloso viaje de vivir... y, por supuesto, lloramos de risa -de tanto en tanto- recordando nuestras travesuras, juergas y secretos.

Sólo quien tenga hermanos puede entender lo que se siente, los lazos tan profundos e irrompibles que tejen. Cuando amas tan profundamente que no hay nada que sea totalmente imperdonable; Cuando no hay distancia ni tiempo que causen mella; Cuando las caídas son sólo el punto de partida, del que de la mano se sale juntos adelante. 

No podría imaginar una vida sin ti, Dani, el mejor regalo que Papá y Mamá me han podido dejar. 




jueves, 28 de abril de 2016

El viaje

Cada ser humano es un mundo. Somos la sumatoria de un sin fin de factores que nos hacen quienes somos. Nuestra esencia, los acontecimientos que se van sucediendo en nuestras vidas, las personas que nos rodean... el enfoque que le damos a las cosas y cómo trabajemos nuestra fuerza interior... Sí, cómo la trabajemos, porque es como un músculo. Si no la entrenas, se atrofia. 

Hay estudios que demuestran que los primeros años de vida son fundamentales para el desarrollo emocional. Lo que esa pequeña e indefensa personita perciba del mundo que le rodea, queda internalizado. Pero por otro lado, una vez llegamos a la vida adulta y tomamos consciencia de ello, podemos trabajarlo... Modelarlo... Esculpirlo. Somos diamantes en bruto y a lo largo de toda la vida podemos ir modelándonos a nuestro gusto, y acorde se nos vaya presentando la vida.

En lo personal, pasé gran parte de mi vida poniendo a los demás antes que a mi. Los deseos, necesidades, aspiraciones, emociones, etc, de quienes amo / amaba, siempre delante de los míos.  Me hacía bien, me hacía feliz ver a mis seres queridos felices, orgullosos, bien. Pero aquello tenía un contrapartida, un precio. 

Desde muy pequeños nos enseñan a cumplir normas, estándares de vida, reglas y caminos a seguir. Dónde está el éxito, qué es lo que nos hace exitosos, la importancia de llegar lejos, tener grandes logros, ayudar siempre al prójimo, comportarse bien, hacer lo que los demás esperan de ti. Aprendemos que somos felices cuando hacemos y conseguimos todo aquello que se espera que hagamos o consigamos, lo que en sí mismo es la búsqueda constante de aprobación. 

Pero a todos, o a casi todos, nos llega un momento en la vida en la que nos replanteamos hasta parte de nuestros cimientos vitales, valores y creencias. Las conocidas crisis existenciales, de las que hablaré en otra ocasión. Normalmente se da algún suceso que las desencadena. Éste puede ser de mayor o menor envergadura y puede llevarte a un replanteamiento más o menos profundo de tu existencia. 

En mi caso, hace dos años se dieron una sucesión de eventos desafortunados que llevaron consigo un replanteamiento total de mi existencia. No hay arrepentimientos, porque cada error fue una lección y cada experiencia sumó a quien soy hoy en día. Pero ciertamente, llegó ese momento en el que me cuestioné ¿qué son para mi esos logros? ¿dónde quiero llegar yo? ¿qué es para el éxito? ¿qué quiero de la vida, qué doy y qué espero de ella?

Renacer trajo consigo grandes lecciones, grandes cambios y consigo, el más profundo de todos. En la lucha aprendí que no hay mayor muestra de amor a todos aquellos que amas, que amarte primero a ti mismo. Que tu amor más grande, primero, eres

¿Has estado alguna vez enamorad@? Cuando conoces ésa persona y sientes ese algo que no se puede explicar. Le ves y se dibuja en ti esa sonrisa dulce,  los ojitos te brillan como luceros... Sí, ésa sensación de ir saltando sobre las nubes, como Heidi por las montañas. Bien, todo esto tiene una explicación química de la que hablaremos en otra ocasión, pero ahora hablemos de AMOR. 

Cada quien tiene su propia definición, para mi quizás no alcanzaría un post... como ya sabes, soy de explayarme un poco. Pero yendo a la esencia, amar es comprender, admirar, apoyar, entre otras muchas cosas. Cuando conoces a esa persona especial, surge ese deseo de cuidarle, mimarle, protegerle, conocerle más y más. Bien, pues hago este símil porque toda la vida has tenido a la persona más importante contigo, y puede que ni te hayas dado cuenta: eres TÚ. 

Te enamoras de ti cuando te das cuenta de tu propia existencia y valor, cuando te molestas en querer conocerte realmente. Cuando indagas en tu interior y encuentras ese mundo inmenso que hay en ti y que no te habías permitido explorar.

Cuando te permites el inmenso placer y enorme trabajo de empezar a conocerte realmente, tomas las riendas de tu ser. Comprendes que eres el conjunto de un todo y tienes la capacidad de decidir en cada momento en qué punto del continuo de tus polaridades estar. Inicias el largo camino de romper con el etiquetado, y emprendes uno de los viajes más importantes de tu vida: el de recorrerte descubriendo cada recoveco de tu mundo interior.

En él aprenderás qué es lo que realmente quieres, a dónde quieres llegar, cuáles son tus verdaderas metas, cuál es tu significado del éxito... qué es lo que te hace realmente feliz. La felicidad no sólo un estado de animo, es una filosofía de vida. Está en ti, en el camino... no sólo en el resultado de lo que haces o la meta alcanzada.  

En ese maravilloso viaje, te enamorarás... Te enamorarás profundamente, y cuando lo hagas, aprenderás a perdonarte, ayudarte, comprenderte, a cuidarte cuidadosamente... Sentirás AMOR, el amor más puro que jamás hayas imaginado. Entonces habrás llegado a otro "nivel" de amor por ti mism@, por la vida, por todo lo que te rodea... verás cómo tu forma de amar a los demás también, por ende, habrá cambiado y será, si cabe, aún más noble y transparente de la que jamás hayas sentido.