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lunes, 13 de junio de 2016

Emigrante, ciudadano del mundo

Si bien vivimos en un mundo cada vez más globalizado, pienso que emigrar generalmente no es una decisión de placer sino más bien de necesidad. Cierto es que son muchos los que lo hacen en busca de un sueño o una liberación emocional; Otros en huida de la opresión, el miedo, hambre o la inseguridad, para encontrar un futuro mejor.

Hay un sin fin de películas, libros e historias que hablan de ello desde mil y un enfoques distintos. Algunos más bucólicos, otros más inclementes... pero todos una misma historia. De hecho, hace tiempo -demasiado diría yo- vemos a diario en las noticias olas de emigrantes que huyen de sus hogares para sobrevivir. Escapando cual fugitivos con lo puesto y lo que sus cuerpos puedan cargar, como si fueran culpables de lo que en sus tierras de origen ocurre. 

Personas inocentes de todas las edades que vagan por campos y mares de manera desesperada, en condiciones indescriptibles y aberrantes, sufriendo penurias que muchos de nosotros no podríamos ni imaginar en nuestras peores pesadillas. Niños que deberían estar jugando a la pelota, aprendiendo a leer y escribir y compartiendo con otros niños en los recreos del colegio, comen bocadillos de tierra con otros tantos que no saben si algún día volverán a ver a sus familiares. Familias separadas, destrozadas o mutiladas en el sentido más profundo de la palabra.

Me pregunto ¿cómo hemos podido llegar a esto? o peor aún, ¿hasta dónde vamos a llegar? Y por mucho que lo pienso, no consigo una respuesta que me satisfaga mínimamente. Bien, yo no puedo cambiar el mundo, pero sí creo firmemente -como ya he dicho tantas veces- que nuestras pequeñas acciones pueden hacer de él un lugar mejor. Que la diferencia está en los gestos que tenemos a diario y empieza en nosotros, en lo más profundo de cada uno de nosotros. 

Yo soy inmigrante, hija y nieta de emigrantes. En mi familia, en al menos tres generaciones, hemos vivido en nuestra piel lo que significa dejarlo todo y volver a empezar.. una, dos y las veces que hagan falta. Mis abuelos, como los de muchos españoles, alemanes, italianos, portugueses... emigraron después de la guerra dejándolo todo, empezando de cero y trabajando muy duro. 

Mis padres, emigraron e hicieron exactamente lo mismo dos veces (mi padre tres), aunque -claro está- en condiciones muy distintas, y en etapas muy diferentes de la vida. Aún en las mejores circunstancias, emigrar requiere coraje; Es duro, arduo y doloroso, pero también supone un enorme crecimiento... Aunque esto, seguramente lo sabes, porque probablemente tú has tenido que salir de casa, dejarlo todo atrás e ir en busca de nuevos horizontes... o tus padres, tus abuelos, tíos, o primos lejanos. 

¿A qué quiero llegar con todo esto? A dos cosas:

1.- Que, como receptor, tengas en cuenta que hoy eres tú el que acoge, pero puede que tus predecesores, tus hijos o tú mismo un día sean los que tengan hacer las maletas e irse. Piensa en cómo te gustaría ser tratado, cómo te gustaría ser recibido. Es muy fácil juzgar, pero sólo cada uno de nosotros sabemos lo que hemos vivido y por lo que hemos pasado.  

Ten presente que nadie (o prácticamente nadie) deja una vida entera atrás por placer, normalmente es por necesidad. Sé que no es fácil, pero a veces nos ayuda intentar ponernos en la piel del otro. No sólo para intentar comprenderlo, sino para valorar lo afortunados que somos, aunque no siempre sepamos verlo. No es ser condescendiente ni compararse con los que están peor, sino saber estar agradecido por la fortuna de tener un techo, salud, una familia, ropa, algo que llevarnos a la boca. 

2.- Que, como emigrante, comprendas e interiorices que cuando eres tú el que se va, eres tú el que debe adaptarse a la sociedad a la que vas y no esperar que ellos lo hagan a ti. Eres tú quien tiene que hacerse con el idioma, o los giros idiomáticos, las costumbres, las leyes, su historia, geografía, política. Aprender a querer y respetar la tierra que te acoge y te da las posibilidades que, desgraciadamente, no tuviste en tu lugar de proveniencia

Ningún lugar va a ser nunca perfecto, nada ni nadie lo es, pero antes de quejarte o criticar, observa, aprende, valora, respeta y se agradecido. Ten presente que, aunque todo es siempre mejorable y en todas partes se cuecen habas, si está mejor que el lugar del que procedes, funciona... Y si funciona, debe ser por algo, ¿no crees?. 

Esa sociedad te recibe, te da trabajo, seguridad y posibilidades que antes no tenías; Te ofrece un futuro. Quizás no sea el que soñabas, quizás no es el ideal, pero si estás ahí es porque probablemente antes estabas peor... Y, sinceramente, si estás tan mal... No te quejes, vete. Vete y empieza de nuevo cuantas veces sea necesario para seas feliz y estés bien. Pero, si haciendo eso encuentras que no hay un lugar en el que acabes de encajar, entonces el problema lo tienes tú y no el/los lugar/es donde estés ni la gente que te rodee.


Cuando sales de casa es fácil recordar lo bueno, y es muy común que lo magnifiquemos, a la vez de aminorar o incluso llegar a obviar parte de lo que, en su momento, nos llevó a hacer las maletas. Cuando eso ocurra, recuerda porqué te fuiste, porqué estás donde estás y todo lo que ello ha significado... Recuerda que ahora éste es TU HOGAR



lunes, 2 de mayo de 2016

El poder del silencio

Dicen que un silencio dice más que mil palabras, que el que calla, otorga, que en boca cerrada no entran moscas... y, en cierta forma, así es. En un silencio puedes encontrar la respuesta a esa pregunta difícil de formular, hallar el calor de una cercanía que con palabras no se puede alcanzar... o quemarte con el frío de un témpano de hielo. 

Puede ser tremendamente revelador o misterioso. Puede abrir las puertas al sol o sumirte en la oscuridad de una incertidumbre dolorosa y desconcertante. Puede esconder la más cruel o piadosa de las mentiras, o descubrir el más hermoso u oscuro secreto a voces mudas. 

Puede ahorrar, y ahorrarte, más de un problema; Dejar espacio a la imaginación, el ingenio y hasta el ensueño. Puedes convertirlo en un momento mágico, interesante, salvador o destructivo. Todo depende de cómo se mire, del prisma que le des, de la percepción del receptor y la energía del emisor... de las circunstancias...

Existen cientos de refranes populares y proverbios que hablan de su magnitud, belleza y peligro. Uno de esos proverbios, árabe por cierto, cita "Cuando lo que vayas a decir no sea más hermoso que el silencio, no lo digas".  A veces es mejor pensar 2 veces antes de romper el silencio con algo que luego te convierta en esclavo de tus palabras. Se dice que las palabras se las lleva el viento... pero algunas quedan tatuadas en el alma. 

Creo que es un arte. De hecho, considero una lección difícil de aprender el encontrar el equilibrio entre el silencio y la palabra... Incluso puede que nos lleve toda la vida. No sé si será porque sufra de "verborrea", pero creo que cuesta tiempo y esfuerzo conseguir ponerlo realmente en práctica. Así como creo que cuando aprendemos a escucharnos y escuchar nuestros silencios y los de los demás, damos un paso enorme que no todos están en disposición de dar.

Cuando aprendemos a escucharlos, aprendemos a ser un poco menos ególatras. El silencio puede ser muchas cosas: un arma de defensa, un escudo protector, una declaración de amor, un acto de respeto... Cuando dejamos de ver sólo con nuestra perspectiva,  inmersos sólo en nuestras circunstancias y sentimientos, entonces empezamos a intentar mirar en los ojos del que está en frente. Intentamos ponernos en su piel, oír lo que no dice con palabras, respetar su espacio, sus tiempos, sus intenciones...

"Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos" Porque no escuchemos lo que queremos oír, no quiere decir que no nos estén diciendo algo. Para poder "oir" lo que las bocas callan, tenemos que tener el resto de sentidos bien abiertos y dispuestos a percibir las señales que nos son enviadas.

"Un gesto dice más que mil palabras" El cuerpo habla, habla más de lo que pensamos e incluso más de lo que nos gustaría. Fíjate primero en ti mism@, en lo que dice tu cuerpo, porque a veces él exterioriza esas cosas de las que quizás aún ni siquiera eres consciente. Y como te pasa a ti, le pasa el resto. Fíjate en las señas que emanamos. Son muchas, y lo hacemos constantemente. El movimiento de los ojos, de las manos, los brazos, los pies, la postura... todo habla. 

Los hechos hablan por sí solos, aunque a veces los actos se contradigan con las palabras. Observa, escucha, siente... empápate de las señales que recibes para poder intentar entender esos silencios que hablan tanto. Y aunque no te guste, te moleste e incluso te duela...Respétalos. 

Puede que algo no sea como esperabas, o como deseabas... pero no por ello quiere decir que no haya sido bueno, incluso más de lo que veas en un principio. Quédate siempre con lo mejor, actúa de buena fe y dale tiempo al tiempo... porque él también habla.